sábado, 14 de marzo de 2009

¿Perfección?


No sé en realidad que es lo que más me molesta, si es esto que tengo en el corazón y en la cabeza, que me oprime y me hace llorar, o el no poder decírselo a nadie.
Quisiera poder esconderme acurrucarme en los brazos de alguien y que me diga que todo está bien, quizás suene muy cobarde o muy simplista, no lo sé. No sé si realmente tengo yo la razón o es que estoy completamente equivocada.

Añadido a ese dolor que me causa el escribir esto, está el hecho de no saber si debo o no decírselo a alguien, no es algo que yo hiciera o quizás sí, sólo que está ese temor de tener a mi lado (o quizás no) a alguien que al parecer tiene una vida tan perfecta que siempre consigue sacar lo mejor de mí, que tengo miedo de cuando sepa que yo estoy muy lejos de ser perfecta salga corriendo quizás aun sin haber llegado realmente.

Quizás después de todo si hace eso realmente no valga la pena. Pero no puedo evitarlo.
No estoy enamorada, no estoy hablando de un chico que me guste, estoy hablando de alguien que es parte de mi vida, y que me importa y mucho que es lo que piense de mi, y sí... yo creo que él tiene una vida perfecta, y me aterra la sola idea de pensar que se asuste de saber que no tengo una vida perfecta, que mas de las veces lloro, y que más de las veces (como hoy) requiero un abrazo sin palabras.

Quisiera poder llamarlo y decirle hoy más que nunca, querido amigo necesito que saques lo mejor de mí y me regales una sonrisa.

No lo hare claro está. Me declaro en esta ocasión totalmente cobarde y lo admito.

Dentro de esa perfección que tanto me agrada y me ayuda siempre, quisiera que no fuese tan perfecto así sería más fácil decirle que lo necesito. Pero una vez más (justo con él) vuelvo a corroborar que lo fácil no siempre es lo bueno.

jueves, 12 de marzo de 2009

"Si realmente me conoces, entenderás"


Érase una vez un lugar muy hermoso donde existía un castillo, un buen día un caballero pasó por ahí, estaba cansado y aturdido, aunque por fuera irradiara aquella luz tan brillante que deslumbraba todo a su paso. El castillo era grande, viejo y muy feo por fuera, pero decían que en él existía un tesoro de cristales negros, custodiado por la luna.

Nadie osaba asomarse a aquel castillo, aunque las leyendas eran escuchadas una y otra vez, la fealdad y frialdad de sus paredes asustaban a cuanto caminante pasaba por sus laderas.

Pero él, no; pasó miró y suspiró, bajando del caballo se dispuso a pernoctar en él. Buscó las puertas, del castillo y entró en el, lleno de telarañas y en plena oscuridad siguió caminando, pero vaya oh sorpresa, con cada nuevo paso, todo cambiaba, tomaba colores cálidos un paisaje bello, despertaba en él.

Encontró un paraje tranquilo, justo al pie de la luna, y paso la noche dentro del tenebroso castillo.

A la mañana siguiente, cuando abrió los ojos, todo había cambiado. Pero sólo a su alrededor, y se despertó y quiso seguir dentro de lo que quedaba aún en tinieblas al interior del castillo.

Su paso llevaba color y lograba sacar lo mejor del castillo de su esencia, su espíritu.

Así por días y noches la curiosidad o quizás la necesidad de saber que había en el, lo llevo a descubrir los rincones más sórdidos del castillo llevando consigo la luz y cambiando todo a su paso.

Así después de un tiempo dentro del castillo, llegó a la torre más alta y alejada, subiendo una tenebrosa escalera, deteniendo la respiración con cada crujir de sus pasos, llegó al final, abrió una puerta y descubrió un cuarto vacio con un baúl en medio, sin más resguardo que un viejo candado; justo encima del baúl un papel con un manojo de llaves y una nota que decía: “Si realmente me conoces, entenderás”

El caballero, examino con detenimiento aquel baúl y su candado, repasaba minuciosamente cada llave, noche tras noche, justo al pie de la luna.

Una noche, el caballero se dio cuenta que la luna alumbraba de manera especial una parte del baúl, justo en una llave, y siguió atentamente esa luz.

A la mañana siguiente cogió el manojo sabiendo ya cual era la llave. Y por fin pudo abrir el baúl. En él un cristal negro y otra nota aguardaban: “Lo que realmente vale la pena, siempre, siempre, se hace esperar”

Es así como el caballero de la luz resplandeciente, recibió un tesoro más grande que el cristal negro, aprendió a tener paciencia, y claro, se quedó con el cristal negro, el castillo, y fue feliz para siempre.