Total oscuridad, te asomas por la ventana, levantas la mirada, miles de estrellas iluminan ese cielo que tantas veces te vio llorar, bajas la mirada, por un momento cierras los ojos, los abres, miles de estrellas más iluminan, no el cielo, la tierra, aquella que te ha visto sonreír miles de veces.
Estrellas, luces que encienden la oscuridad, que atrapan la noche y la encapsulan, la minimizan.
Luces, esas que iluminan un camino, una calle, una lágrima una sonrisa.
Mientras iba en aquel carro, en total oscuridad, con una mano en el respaldar de un asiento de la couster, camino a Ventanilla, pensaba, imaginaba, soñaba, me dejaba llevar, subía a una alfombra mágica, cerraba mis ojos, pensaba e imaginaba, mi vida, tus ojos, sonrisas perdidas en el baúl de mi memoria, instantes mágicos arrinconados en las esquinas de mi corazón.
Cuanto he cambiado, como ha pasado el tiempo, esas dos horas que duraba aquel camino con luces y a oscuras, hacia volar mi mente, imaginando cosas imposibles, sintiendo cosas imposibles, deseando cosas imposibles.
Pensar, imaginar, soñar, como duele, como hace bien, te mantiene despierto, vivo, te anima a seguir, pero te hunde la realidad, te destroza el hoy, te arrincona el no poder, el no será, el eso no sucederá.
Melancólicamente triste, recostada en esa ventana, una lágrima cae por mis tristezas escondidas, por mis sueños frustrados, por mis besos perdidos.
Melancólicamente triste, recorría ese camino, con miles de razones para ser feliz, y miles de razones para llorar, mis tristezas, ínfimas historias que le ganan a mis alegrías: posesiones invaluables.
No eres tú, soy yo.
Soy yo que no te olvido, soy yo que no es suficiente para mí lo que ya tengo, soy yo que persigo mis sueños aun pensándolos imposibles, soy yo que siempre espero y quiero más de los demás, más de mí, más de ti.
Llegué a mi destino, otra vez la realidad, aquella lágrima se quedó junto con mis pensamientos, en ese recorrido, en esa couster, en ese camino rumbo a Ventanilla.
Una noche de enero.
