viernes, 11 de septiembre de 2009

A mi madre

Hoy mientras me hablaba, examine su rostro.
Me di cuenta que luce cansada, que el tiempo ha pasado por ella, y que ha dejado su huella.
Mientras intentaba enjugar sus lágrimas, se me hacía pequeño el corazón, se arrugaba dentro de mi pecho, sabedor de que más de una vez aquellas lágrimas las cause yo.
Esta vez, sus lágrimas no eran de tristeza, la nostalgia la embargaba, los recuerdos la llenaban, y hacían ver su fragilidad, aquella que esconde tras esa mirada, esa entereza, ese algo que me hace admirarla y quererla cada vez más.
Ahora me pregunto y no sé responderme, ¿cómo fui capaz de producirle tantos dolores, tantas penas, tantas lágrimas?
Pienso que la inexperiencia, la inmadurez, la adolescencia, todo junto quizás, fueron la causa, pero no es excusa, no consigo perdonarme.
Quiero llevarla conmigo, a la cima del mundo, colocarla en un pedestal y mostrarle al mundo, todo aquello que yo admiro en ella, decirles que si hay algo bueno en mí, es gracias a sus cuidados, a sus palabras a sus regaños, todo gracias a ella.
Quiero gritarle de mil formas, que deseo fervientemente me perdone, aunque sé que su amor hacia mí, ya me perdono hace muchas lunas.
Madre, esa palabra tan sublime que sale de nuestras bocas, y que aun en el más santo de los hijos queda grande, hoy me devolvió a mi realidad y me hizo pisar tierra, diciéndome que es eso que realmente vale la pena.
Quizás nunca leas estas líneas, usar la computadora no es una de tus habilidades, pero anhelo poder decirte cada día, gracias, por amarme tanto, porque sólo ese amor resume todo lo que has hecho, haces y sé que seguirás haciendo por mí.
Te amo tanto, y de tal forma que no sé cómo explicarlo, sólo quiero en el fondo de mi corazón, recordarlo siempre, y no volver a ser culpable, de una lágrima tuya rodando por tu mejilla.

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